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ORWELL, KARL POPPER Y LA DEMOCRACIA



Héctor Lunar G.




“… Podemos hacer algo por el futuro. Quizás no mucho, pero sí algo, y hemos hecho algo en tal dirección. Así pues, sobre esta base me parece especialmente importante dejar bien sentado que no podemos ser pesimistas…”
Karl Popper



En la novela “1984”, escrita por George Orwell en los albores de la Guerra Fría en 1947 y tres años antes de su muerte el 21 de enero de 1950, se narran las crueldades del totalitarismo comunista bolchevique. Orwell expone bajos las formas de la literatura novelada, al igual que en otra de sus magistrales obras “Animal Farm” (Rebelión en la granja), duros alegatos contra el stalinismo, sus purgas sangrientas y el tipo de sociedad que había generado. Estas obras, en efecto, son sátiras de la revolución rusa. En la novela “1984”  Orwell describe la situación del pueblo llano, los marginados, los explotados, los que son fácilmente manipulados por el poder totalitario bajo la prédica populista, a los que llama “Proles” en clara alusión a la noción de “proletariado”, sujeto de la lucha de clases planteada por el marxismo. Leamos un fragmento de la obra de Orwell al respecto:

“En realidad se sabía muy poco de los proles. Pero no era necesario saber mucho de ellos. Mientras continuaran trabajando y teniendo hijos, sus demás actividades no tendrían importancia. Dejándoles en libertad como ganado suelto…, tenían un estilo de vida que parecía serles natural, una especie de régimen ancestral. Nacían, crecían en los arroyos, empezaban a trabajar a los doce años, atravesaban un breve período de belleza y deseo sexual, se casaban a los veinte años, empezaban a envejecer a los treinta y la mayoría se moría hacia los sesenta años. El duro trabajo físico, el cuidado del hogar y de los hijos, las mezquinas peleas con los vecinos, el cine, el futbol, la cerveza y, sobre todo, el juego, llenaban el horizonte mental. No era difícil controlarlos. Unos pocos agentes de la policía del pensamiento circulaban entre ellos, esparciendo rumores falsos y eliminando a los pocos que consideraban capaces de convertirse en peligrosos; pero no se intentaba adoctrinarlos con la ideología del Partido. No era deseable que los proles tuvieran sentimientos políticos intensos. Todo lo que se les pedía era un patriotismo primitivo al que poder apelar si era necesario que aceptaran trabajar horas extraordinarias o raciones más pequeñas. E incluso cuando reinaban entre ellos el descontento, como ocurría a veces, era un descontento que no servía para nada porque, al carecer de ideas generales, concentraban su instinto de rebeldía en quejas sobre minucias de la vida corriente. De los grandes males no se enteraban… La policía los molestaba muy poco… había un alto índice de criminalidad, un mundo revuelto de ladrones, bandidos, prostitutas, traficantes de droga y maleantes de todo tipo; pero como todo sucedía entre los mismos proles no tenía importancia. No se les castigaba su promiscuidad… En todas las cuestiones morales se les permitía a los proles que siguieran su código ancestral… Como decía un slogan del partido: los proles y los animales son libres.”

Podemos ver en estas líneas una realidad subyacente que llamaremos en términos de Karl Popper “Sociedad Cerrada”, un tipo de sociedad que surge de un proceso que aquí llamaremos “Crisis Axiológica”, término que fue muy común en lenguaje filosófico del siglo XX, sobre todo entre algunos historicistas, filósofos católicos y en algunos enfoques éticos laicistas –como el del propio Karl Popper-, y que se refiere,  entre otras cosas,  a cómo la sociedad termina siendo domesticada por las formas de poder dominantes o totalitarias. Este fragmento de “1984” –como toda la novela- alude a este tipo de sociedad. Analizando el texto de forma general encontramos que los objetivos que persigue el Totalitarismo como proceso de imposición son: socavar el ánimo y el interés de los ciudadanos por lo común, por el progreso y la libertad; limitar la educación confundiéndolos y tergiversando la verdad con la propaganda; lo mismo con la capacidad de acceder a información fidedigna; ocupar al colectivo con la casi imposible resolución de sus necesidades básicas; aupar los vicios, lo lúdico y la violencia en zonas populares,  e institucionalizar la represión selectiva para eliminar o incriminar a los más peligrosos contra el régimen. 

Las sociedades cerradas, desde la descripción de Orwell, que surgen consecuentemente bajo los regímenes comunistas, son el resultado de la manipulación y la mentira a todos los niveles y en todos los campos. Lo que se busca es hacer de los ciudadanos personas domesticadas, sumisas, masificadas, desorientadas, perdidas, es decir, individuos incultos. El hombre en tales condiciones está imposibilitado de redescubrir los valores culturales trastocados o perdidos,  y así es susceptible de ser alienado por la ideología. He aquí donde reside la “crisis axiológica”. Los mecanismos para lograr implantar ésta crisis -inducida- son: el manejo hegemónico ideológico de la información, la dependencia con respecto al régimen y la represión psicológica o violenta de ser necesario. Pero todo esto tiene una substancia común: la mentira. El engaño es frecuente en quienes controlan el poder político, sobre todo cuando requieren desesperadamente la simpatía popular. Cuando ésta ya no es posible en el totalitarismo, el camino se debe allanar con el consejo que ofrece Maquiavelo: esparcir el temor entre los conciudadanos. Por ejemplo, el primer dictador comunista, Vladimir Lenin, entre 1917 hasta 1924 ejecutó crímenes tan perversos - como los que llegó a ejecutar el mismo Hitler- para imponer su régimen cuando ya no podía sostener más la farsa de la "dictadura del proletariado": más de un millón de personas asesinadas por motivos políticos o religiosos; cerca de 500 mil “casacos” asesinados; cientos de miles de campesinos y obreros asesinados por hacer huelgas; 240 mil muertos en la represión de la rebelión de Tambov y casi 5 o 6 millones de muertos por la hambrunas. Son datos de dominio público. Cosas semejantes o peores hizo Stalin cuando asumió el poder después de Lenin.  

No voy a detenerme en este artículo sobre “cómo” pasar de una sociedad cerrada a una sociedad abierta. Eso sería tema de otro trabajo, seguramente mucho más extenso. Aquí voy a detenerme en el “qué” es necesario para que se dé ese cambio. En ese sentido, volveré a la historia de la filosofía para releer a Karl Popper, particularmente su obra “Sociedad Abierta, Universo Abierto”.

Popper, en contraposición al relativismo y al determinismo, ve necesario introducir en la historia nuestras ideas morales porque dan sentido o curso a los acontecimientos. Las ideas morales permiten a los hombres recobrar el sentido del ser y del hacer, la intencionalidad de los actos del hombre: “Podemos imponer a la historia, eventualmente un sentido. Sería, por ejemplo, de todo punto lleno de sentido guiar en la actualidad a la Historia de modo que fueran evitadas las guerras”, decía. De esta forma Popper rompía con el pesimismo de aquellos que pensaban que la sociedad o la civilización estaban signadas por el fracaso. Así pues, no todo está perdido porque es la conciencia de la crisis el paso clave para superarla, o si se quiere, el redescubrir la necesidad de salir de la desdicha de una sociedad que se ha tornado individualista, egoísta, injusta, desbocada y conflictiva, para abrirse definitivamente a la verdad, al consenso, a la justicia, a la paz, al bien común. Para Popper el hombre es capaz de redescubrir esa necesidad porque en él existe un anhelo infinito de libertad y superación. Pero no basta la conciencia de la crisis, también es necesario tener imaginación -o creatividad- para representarse el futuro abierto, posible, que genere confianza, optimismo -para nosotros los cristianos sería, y más profundamente, la virtud de la Esperanza- para ejecutar ese cambio hacia la sociedad abierta. Afirmaba el filósofo:

“… Podemos hacer algo por el futuro. Quizás no mucho, pero sí algo, y hemos hecho algo en tal dirección. Así pues, sobre esta base me parece especialmente importante dejar bien sentado que no podemos ser pesimistas” (Popper, Sociedad Abierta, Universo Abierto).

Bien sentada la importancia de las ideas morales, Popper plantea que una sociedad abierta es aquella verticalmente contraria a la que emerge del totalitarismo que deforma las nociones de libertad y la autonomía, claves para el pluralismo, el progreso y la paz de los ciudadanos. En tal sentido, la democracia para POPPER es la característica más importante de una sociedad abierta, y la entiende como aquella que ofrece la posibilidad de criticar y sustituir, sin llegar al derramamiento de sangre, a los gobernantes. 

Más aún, los gobiernos democráticos deberían evaluarse permanentemente y fijarse en sus fallas y reconocerlas a tiempo porque, ante la complejidad de los sistemas que comporta la muy poca sinérgica relación entre sociedad y el Estado, los errores en el ejercicio del poder político son inevitables, lo importante es aprender de ellos para perfeccionar las instituciones políticas y de gobierno. Parece que para Popper la Verdad es la base de todo buen gobierno. De esta forma, adquiere un carácter racional el ejercicio del poder,  pero no se trata aquí de una racionalidad intelectualista, sino más bien de aquella que tiene su fundamento en el orden moral capaz de instruir y dar sentido a la conducta de cada hombre en la historia, como ya se afirmó, y condicionar la interacción social, permitiéndose así la construcción de los consensos sociales. Para Popper, por cierto contemporáneo de Orwell, ésta racionalidad ética se opone a la violencia y a la fuerza brutal de las revoluciones comunistas. Allí donde hay represión, hay violencia y, en consecuencia, no hay lugar para la libertad y la democracia. Sentenció Popper:

“Yo sostengo que solo una “democracia”, en una sociedad abierta, tenemos la posibilidad de eliminar todo inconveniente. Si destruimos este ordenamiento social con una revolución violenta, no solo somos responsables de los pesados sacrificios de la revolución misma, sino que crearemos una situación que hará imposible eliminar los desastres sociales, las injusticias y la opresión” (Popper, La Miseria del Historicismo).    

En ese orden de ideas, y a modo de conclusión, los planteamientos novelados de Orwell sobre el comunismo bolchevique nos sirven para describir perfectamente la situación social y los efectos terribles de una deformada gestión de gobierno en Venezuela. De la mano de Popper descubrimos que este absurdo escenario puede ser transformado. Una sociedad abierta y democrática requiere de condiciones que aseguren el pluralismo y la tolerancia, y en nuestras manos tenemos la responsabilidad de alcanzarlas. Delante hay un porvenir deseado posible. La desesperanza es rendirnos ante el mal y la injusticia, esto es, ante las acciones fraudulentas de un régimen que desea perpetuarse en el poder; vacilar y mirar atrás es cerrar las puertas al hecho de que sí podemos hacer algo por reformar nuestra sociedad, nuestra cultura, nuestra amada República. La desobediencia civil de todos los ciudadanos conscientes de los atropellos del régimen dictatorial de Maduro, junto al liderazgo efectivo que muy bien viene ejerciendo la MUD, son el macizo contrapeso a la instauración formal del comunismo con esa írrita constituyente. Estoy convencido como católico y ciudadano que aún hay suficiente reserva moral en nuestro pueblo para resistir sin trepidar y forzar una salida inmediata del tirano dictador.